Violencia, peligrosidad, irresponsabilidad… éstos son sólo algunos de los atributos asignados erróneamente a las personas que padecen trastornos de salud mental en nuestra sociedad. Estereotipos y prejuicios latentes que alimentan el estigma contra un colectivo que ya representa un 18% de la población de España, según alertan desde la Federación de Asociaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAFES). «Teniendo en cuenta la visión tan negativa que se tiene y se transmite sobre estas personas en los medios, es fácil imaginar que sufran procesos de exclusión”, afirma al medio digital Diagonal Iván de la Mata, presidente de la Asociación Madrileña de Salud Mental.
Sin embargo como explica el profesor universitario Ángel Machado Cabezas en el diario Información, la ciencia busca factores biológicos que predisponen a las personas a la violencia. Para justificarlo expone el caso de Charles Whitman, que después de llevar una vida sin ningún trastorno diagnosticado, un día comenzó a disparar matando a 13 personas. En su nota de suicidio solicitaba que se le hiciese la autopsia para ver si había algún cambio en su cerebro como sospechaba. Su autopsia reveló que tenía un tumor en el cerebro que le comprimía la amígdala, la cual regula las emociones, sobre todo el miedo y la agresión. «¿Este padecimiento tumoral le impedía ser responsable de sus actos o sólo le inducía a serlo? ¿Debería habérsele considerado culpable o no culpable por las muertes provocadas?», se pregunta Machado. No todos los expertos que han analizado el caso están de acuerdo con que el tumor fuera el único causante de su brote psicótico pero desde entonces se ha planteado la posibilidad de que factores biológicos provoquen una mayor agresividad en las personas.
«Aproximadamente la mitad de la población, por un lado, es portadora de ciertos genes, y, por otro lado, hacia la mitad de su gestación produce mucho más de cierta hormona, todo lo cual hace que, según las estadísticas, tengan en torno al 900% más de probabilidades de cometer agresiones violenta«, asegura el profesor. También hay cuatro categorías importantes de trastornos cerebrales en los que la libertad y la responsabilidad están comprometidas: las psicosis, los síndromes obsesivos compulsivos, la drogadicción y el trauma lóbulo frontal. La propensión a la agresividad está asociada a la falta de control sobre respuestas emocionales negativas y con la incapacidad de comprender las consecuencias negativas de ese comportamiento y la toma de decisiones depende de áreas cerebrales involucradas en el control de las emociones.
Se ha demostrado que la probabilidad de tener un trastorno de personalidad antisocial es mayor si las anomalías cerebrales se unen a experiencias adversas. Es decir, que ni sólo la biología, ni solo el entorno, determinan la personalidad. Desde el punto de vista neurocientífico, en la mayoría de los casos se puede hablar de predisposición hacia la delincuencia, pero no de determinismo, lo que supone que generalmente el cerebro de las personas con esos genes que les predisponen a la violencia reaccionan de forma distinta al de las personas sin estos genes ante el sufrimiento ajeno, pero eso no obliga a aquellas a tener comportamientos delictivos.
Los conocimientos vigentes sobre el funcionamiento del cerebro pueden ayudar a discernir en determinadas situaciones si un delincuente es responsable, es decir, si actúa libremente, o si no es responsable. Pero estos avances, siendo muy importantes, actualmente sólo permiten arañar estas cuestiones relacionadas con cómo tomamos decisiones y si somos realmente libres. Se sabe que el deterioro de los lóbulos frontales del cerebro provoca comportamientos insociales pero se precisa un mayor conocimiento del que ahora se tiene sobre el funcionamiento del cerebro para poder discernir claramente cuando los comportamientos antisociales graves son causados por factores no controlables o cuando son determinados libremente por el sujeto.
Es importante dejar claro que la gran mayoría de las personas con trastornos mentales no son violentas. Antonio Andrés Pueyo, catedrático de Psicología de la Universidad de Barcelona, explica a El Periódico que de la totalidad de personas condenadas por delitos violentos apenas un 5% sufre un trastorno mental severo. “Solamente entre un 9 y un 10% de los enfermos mentales graves realiza conductas violentas y, si se trata de los delitos violentos más graves, esta prevalencia disminuye al 3% o 4%”, confirma. Estas cifras se aproximan a las publicadas por el Normandale Community College de Bloomington (EE UU), según las cuales sólo un 7,5% de los delitos cometidos por personas con trastornos mentales graves se encuentran relacionados directamente con algún síntoma de la enfermedad que padecen. Jillian Peterson, autora del estudio, insiste en que, aunque “cuando oímos hablar de delitos cometidos por personas con enfermedad mental se suele destacar con grandes titulares la dolencia que padecen, la gran mayoría de estas personas no son violentas”.