El trastorno bipolar, también llamado como psicosis maníaca depresiva es una enfermedad mental que se define por una alteración remarcable en el estado de ánimo de las personas, pudiéndose presentar en forma de ataques o trastornos que pueden ser de manía cuando viene dada por una elevación patológica del humor e hiperactividad; o de depresión, si existe tristeza o melancolía definidas y, ocasionalmente, puede darse de forma mixta, si se considera que hay una mezcla de síntomas maníacos y depresivos.
En general se puede entender como la persistencia en el tiempo de los cambios de humor propios del ser humano, y por la intensidad de las oscilaciones entre los puntos álgidos de felicidad o por el contrario de los momentos más depresivos.
De manera concisa puede decirse que es un desequilibrio electroquímico de los neurotransmisores del cerebro.
Los cambios en el estado de ánimo pasando de euforia y felicidad a los episodios de depresión son reflejo del trastorno bipolar, y si estos se presentan durante todos los días durante un mínimo de una semana sabremos que se trata de una persona afectada por bipolaridad.
Los síntomas más habituales y persistentes son los vinculados a la fase depresiva, con tristeza, preocupación, falta de concentración, la inactividad, la inexpresividad, la facilidad de olvidar, el insomnio, la apatía general, la tendencia a pensamientos negativos relacionados con la muerte o el suicidio.
Durante la fase maníaca existe alegría desmesurada, alteración nerviosa, excitación, dificultad para conciliar el sueño, exaltación del entorno, locuacidad excesiva, y despreocupación excesiva respecto al dinero, la salud o el sexo.
Ni hay una definición exacta para las causas que provocan este trastorno, ya que todos los estudios realizados unifican las causas multifactoriales como el origen de esta enfermedad. Así, pese a existir una marcada tendencia genética, ello no redunda siempre en el bipolarismo, sino que hay multitud de factores orgánicos y ambientales que juegan un papel importante en el desarrollo del trastorno, y que en definitiva actúan sobre los neurotransmisores que regulan los niveles de dopamina y serotonina.
Por otro lado, cada vez hay más tesis que redundan en la ruptura de los ciclos de sueño para acotar las causas que provocan el trastorno, ya que los ritmos circadianos son vitales para mantener la estructura de los neurotransmisores cerebrales, y la falta de sueño y el insomnio serían aceleradores de esta enfermedad. Igualmente hay evidencias de que los períodos de estrés frecuentes pueden también formar parte del problema, al igual que la coexistencia de otras enfermedades mentales.
Este trastorno se considera que afecta al 1% de la población desarrollada en el mundo occidental, y se hace patente al final de la adolescencia o en los primeros compases de la edad adulta. De todas maneras frecuentes estudios consideran que la personalidad bipolar puede estar latente en algo más del 5% de la población, aunque la desarrollen con todos sus síntomas sólo entre el 1 y el dos por ciento del total.
Respecto a las diferencias por sexo, hay una ligera tendencia a darse más entre mujeres que entre los hombres sin importar la raza, la zona geográfica u otros parámetros sociales.
En cuanto a la enfermedad en sí, es tratable tanto farmacológicamente como mediante terapias de apoyo, pero nunca se puede dar por superada, ya que los índices de recaída, alcoholemia derivada, aparición de otros brotes psicóticos y hasta el suicidio son muy recurrentes.
Ante los síntomas de la enfermedad, normalmente serán la familia, parientes, amigos o compañeros de trabajo, los que de una manera u otra sufran los cambios de humor del afectado, y los que finalmente pueden aconsejar o acompañar a un centro médico al futuro paciente.
Por las características de esta enfermedad será el gabinete de psicología y psiquiatría quien se hará cargo del enfermo para establecer un diagnóstico exacto.
Los facultativos harán una evaluación inicial que incluye una historia clínica comprensiva, así como una exploración física. Se realizará una analítica de sangre, pruebas para descartar problemas de tiroides, un hemograma con prueba de sida y enfermedades venéreas, una tomografía cerebral, pruebas de epilepsia, y otras destinadas a comprobar el metabolismo.
Debido a que comparte numerosa sintomatología con otras enfermedades de la mente, el médico deberá saber directamente del paciente o de sus seres más cercanos como manifiesta el trastorno, que tipo de alteraciones en el estado de ánimo tiene, que cambios de conducta se refieren y la temporalidad y reiteración de los mismos, y en caso de que acuda en estado de excitación máxima, con tendencias agresivas, violencia o delirio, podrá determinar su ingreso en el centro hospitalario para manejar los síntomas.
Se ha establecido para el trastorno bipolar, tres grupos de afectados que se basan en lo siguiente:
Para el tratamiento del trastorno bipolar se usan combinaciones de terapias naturales con las dosis de farmacología recetadas. Es básico que el afectado sea consciente del problema que representa su enfermedad al igual que su entorno inmediato, ya que las terapias educacionales, la psicoterapia, la terapia conductual y la terapia grupal le permitirán afrontar las crisis o episodios con mejores recursos y evitar las recaídas.
En cuanto a la medicina de farmacia, más útil en las fases de desequilibrio, son utilizados fundamentalmente los antipsicóticos, y los estabilizadores del ánimo, los anticonvulsivos que también se usan para la epilepsia, los ansiolíticos y en menor medida los antidepresivos, ya que estos pueden provocar un efecto rebote con ciclos más seguidos y persistentes de los episodios de manía.
Finalmente hay una terapia clínica que se usa si no hay respuesta al resto de tratamiento o en momentos de episodios muy graves y que son las electro convulsiones, que son descargas eléctricas en el cerebro para recuperar la normalidad de las funciones cognitivas.
El uso de todas las terapias posibles puede frenar la aparición de brotes, pero siempre se trata de una enfermedad que no puede darse por erradicada, ya que con la interrupción de tratamiento pueden volver los episodios e incluso agravarse. Por ello es vital que el afectado siga siempre las indicaciones del médico, no suspenda o modifique voluntariamente los fármacos a tomar, y en la medida de lo posible evite el consumo de drogas, alcohol o suplementos de cualquier tipo sin la supervisión del médico que lo trata.
Como casi cualquier medicación, los efectos secundarios de la batería de medicamentos para tratar el trastorno bipolar son amplios y en ocasiones graves, destacando por ejemplo diarreas, aumento de peso, sedación, alteraciones metabólicas, hipertensión, toxicidad, etc.
Últimamente se están desarrollando terapias génicas y la aplicación de nanotecnología para tratar a los bipolares, pero no hay estudios concluyentes que prueben una eficacia superior a los tratamientos actuales.