El diagnóstico de una enfermedad con mal pronóstico desemboca en muchos casos en un cuadro de depresión y ansiedad difícil de abordar. El equipo del profesor Roland Griffiths de la Universidad John Hopkins publicó recientemente en la revista Journal of Psychopharmacology los resultados de un ensayo clínico con psilocibina, el principio activo de las setas alucinógenas. Sumado a estudios preliminares anteriores, en este trabajo muestra como la psilocibina fue capaz de reducir la ansiedad y la depresión en enfermos terminales de cáncer incluso seis meses después de recibir una sola dosis.
Los tratamientos antidepresivos actuales requieren de semanas e incluso meses de tomas diarias para experimentar una mejora leve. En pacientes de características similares a las del estudio de Griffiths los fármacos antidepresivos actuales a duras penas superan en eficacia al efecto placebo. En psiquiatría no existe precedente de una medicación con la que una sola toma haya mostrado semejantes efectos a medio plazo. Pero que nadie piense que va a resolver todos los problemas de ansiedad y depresión. Este tipo de estudios se hacen siguiendo criterios de selección muy rigurosos y por tanto sus conclusiones no pueden ser extrapoladas directamente al resto de la población. Sin embargo, los resultados son de momento prometedores según el Doctor en Química Mario de la Fuente en su artículo publicado en el diario El País.
Otras sustancias similares a la psilocibina han sido ya estudiadas en los mismos términos. Jordi Riba, líder del grupo de Neuropsicofarmacología en el Hospital Sant Pau de Barcelona, lleva más de 20 años investigando la ayahuasca, un té amazónico cuyo principio activo, dimetiltriptamina (DMT), es similar a la psilocibina. “Los resultados del estudio están en la línea de los obtenidos por nuestro grupo utilizando ayahuasca en pacientes con depresión resistente a tratamiento” señala Riba.
En la misma línea argumental, los estudios de neuroimagen de Riba muestran cómo este tipo de compuestos modulan la actividad de las áreas del cerebro humano que procesan los recuerdos y las emociones, y además se traducen en cambios en la plasticidad cerebral. “Los psicodélicos pueden modular la conectividad cerebral y ayudar a abandonar patrones de pensamiento depresivos, o incluso comportamientos difícilmente modificables como es el uso de sustancias adictivas” sugiere Riba haciendo referencia a otra de las líneas activas de investigación con psicodélicos, el tratamiento de trastornos adictivos.
“Con el arsenal disponible, hay un porcentaje significativo de pacientes depresivos que no mejoran”, afirma Juan Carlos Pascual, psiquiatra en el Hospital de Sant Pau. “En el mundo de la psiquiatría hay un interés creciente por las nuevas opciones terapéuticas”. Sobre el uso de psicodélicos con fines terapéuticos Pascual también matiza que “queda un largo recorrido para su posible implantación en la práctica clínica habitual”. “Si bien el uso terapéutico de psicodélicos como la psilocibina despierta interés, también genera notables resistencias; costará dar el paso desde la investigación a la práctica clínica” subraya.
Y es que al estigma que rodea a este tipo de sustancias se suma su clasificación dentro de las categorías legales más restrictivas de los tratados internacionales. Lo cual, en este caso, dificulta aún más el largo y costoso proceso de aprobación al que se ha de someter cualquier tratamiento médico potencial. La batalla contra el cáncer no se limita a combatir la enfermedad, también incluye garantizar la mejor calidad de vida posible para el paciente a lo largo del proceso. En este sentido el Instituto Heffter ya ha manifestado su intención de poner en marcha un estudio de fase III –el estándar de oro en investigación clínica—para determinar definitivamente la eficacia de la psilocibina como tratamiento hospitalario para tratar la ansiedad y depresión en pacientes con cáncer terminal.