¿Se come porque se está deprimido o es la obesidad la que genera depresión? Se trata de un camino en ambos sentidos, en el que la biología del tejido adiposo juega un papel importante en el cerebro y viceversa. Cuando el tejido adiposo crece, aumenta el tamaño de los adipocitos (una característica de la obesidad) y se altera la secreción de estas adipocinas. Entonces, las células inmunes reaccionan y liberan unas moléculas semejantes a las hormonas. Así, ocurre un complejo diálogo entre estas moléculas.
Esto hace que crezcan y se alteren los vasos sanguíneos, necesarios para el crecimiento del tejido adiposo y para establecer intercomunicaciones. Por su parte, las fibras nerviosas que llegan desde el cerebro al tejido adiposo también se movilizan. Todo esto ocurre de manera diferente en cada depósito de tejido adiposo. Por ejemplo, en el tejido adiposo visceral, la liberación de moléculas inflamatorias es mayor que en el tejido adiposo subcutáneo. De esta forma, el riesgo de padecer distintas enfermedades está relacionado con la distribución de los depósitos de grasa.
Se sabe que el tejido adiposo se comunica con el cerebro y que es un órgano endocrino que participa en los desórdenes psiquiátricos. Por eso, ahora sabemos que la obesidad y la depresión van de la mano. Es decir, por un lado, un tejido adiposo inflamado y alterado funcionalmente se describe como un factor de riesgo crítico para la aparición de complicaciones metabólicas asociadas a la obesidad. Y por otro lado, también se ha encontrado inflamación en el tejido adiposo de pacientes con trastornos psiquiátricos.
Para explicar este mecanismo, diversos estudios han encontrado que los procesos inflamatorios que se originan en el entorno del tejido adiposo se diseminan al cerebro, donde conducen a cambios sustanciales en su actividad. Es decir, se producen alteraciones en ciertos neurotransmisores (que también están relacionados con la obesidad) que contribuyen al desarrollo de trastornos neuropsiquiátricos. Además, sucede algo similar con la leptina y la adiponectina, sustancias secretadas principalmente por el tejido adiposo. Estas juegan un papel fundamental en la fisiopatología de la obesidad y, a su vez, participan en la fisiopatología de trastornos psiquiátricos como la depresión mayor o la ansiedad.
Ahora un estudio reciente ha demostrado que hay que valorar esta relación en cada rango de edad. Dicho trabajo ha encontrado que hasta los setenta años es más probable que una persona con obesidad genere depresión. Sin embargo, a partir de los ochenta, sucede a la inversa: la depresión puede desembocar en obesidad. Así, un índice de masa corporal (IMC) alto se consideraría un riesgo para la morbilidad y la mortalidad durante los primeros años de la edad adulta. Sin embargo, después de los ochenta años, la evidencia nos dice que un IMC alto se asocia, paradójicamente, con la supervivencia, especialmente entre los individuos con enfermedades crónicas.
Por lo tanto, existe una relación recíproca que puede cambiar con la edad. Además, el efecto es más pronunciado para las mujeres. Por esta razón, es importante evaluar el grado en que ambas variables están relacionadas y la medida en que una variable puede contribuir al cambio de la otra.