Un nuevo estudio publicado en la revista ‘The Lancet Public Health‘ indica que la enfermedad grave por COVID-19 está relacionada con un aumento del riesgo de sufrir efectos adversos para la salud mental a largo plazo.
Los resultados sugieren que, en general, los pacientes no hospitalizados con una infección por SARS-CoV-2 eran más propensos a experimentar síntomas depresivos hasta 16 meses después del diagnóstico en comparación con los que nunca se infectaron. Los pacientes que estuvieron postrados en cama durante siete días o más presentaron mayores tasas de depresión y ansiedad, en comparación con las personas a las que se les diagnosticó COVID-19 pero que nunca estuvieron postradas.
La mayoría de los estudios realizados hasta la fecha sólo han examinado las repercusiones negativas en la salud mental hasta seis meses después del diagnóstico de la COVID-19, y se sabe mucho menos sobre las repercusiones en la salud mental a largo plazo más allá de ese periodo, especialmente en el caso de los pacientes no hospitalizados con distintos grados de gravedad de la enfermedad.
Los investigadores analizaron la prevalencia de los síntomas de depresión, ansiedad, malestar relacionado con la COVID-19 y mala calidad del sueño entre las personas con y sin diagnóstico de COVID-19 de 0 a 16 meses. En general, los participantes diagnosticados con COVID-19 tuvieron una mayor prevalencia de depresión y una peor calidad del sueño en comparación con los individuos que nunca fueron diagnosticados: el 20,2% frente al 11,3% experimentó síntomas de depresión; y el 29,4% frente al 23,8% experimentó una mala calidad del sueño; lo que equivale a un aumento del 18% y el 13% en la prevalencia, respectivamente.
Los resultados sugieren que los efectos sobre la salud mental no son iguales para todos los pacientes de COVID-19 y que el tiempo que se pasa en cama es un factor clave para determinar la gravedad de los impactos sobre la salud mental. La recuperación más rápida de los síntomas físicos de la COVID-19 puede explicar en parte por qué los síntomas de salud mental disminuyen a un ritmo similar para aquellos con una infección leve. Sin embargo, los pacientes con COVID-19 grave suelen experimentar una inflamación que se ha relacionado previamente con efectos crónicos sobre la salud mental, en particular la depresión.
También apuntan a que podría deberse a una combinación de preocupación por los efectos de la salud a largo plazo, así como a la persistencia de los síntomas físicos de la COVID mucho más allá de la enfermedad, que limitan el contacto social y pueden dar lugar a una sensación de impotencia.
Las respuestas inflamatorias entre los pacientes con un diagnóstico grave pueden contribuir a que los síntomas de salud mental sean más persistentes. En cambio, el hecho de que los individuos con una infección leve por COVID-19 puedan volver antes a su vida normal y sólo experimenten una infección benigna probablemente contribuya al menor riesgo de efectos negativos sobre la salud mental.