La ansiedad es una patología que padecen casi un 18% de la población adulta en Cataluña -cifras similares a la del resto del Estado- con una mayor incidencia en las mujeres. El miedo, consustancial a la persona ansiosa, es el primer sentimiento matutino, y lo ocupa todo, anticipando algún problema de salud, una obligación laboral, o una visita familiar que, invariablemente, se perciben como un motivo de malestar desagradable. Este circuito mental subjetivo, que puede conducir desde irritabilidad intestinal a una contractura en la mandíbula que impida abrir la boca para que entre una cuchara, es aplacado por un creciente número de personas con fármacos diseñados para impedir que esos pensamientos protagonicen las percepciones y hagan sufrir.
La medicación de la ansiedad se ha impuesto, unida a la de los trastornos depresivos, recetada tanto en las consultas de los médicos de familia de los centros de asistencia primaria (CAP) como en los hospitales. La población catalana consumió en el 2015 siete millones de envases de fármacos ansiolíticos y 6,5 millones de cajas de antidepresivos. La prescripción de estos últimos no deja de crecer, la de ansiolíticos no decrece. El notable consumo de psicofármacos registrado en Cataluña no implica que la población receptora esté bien tratada, considera el psiquiatra Antoni Bulbena, director de la Unidad de Ansiedad el Hospital del Mar, de Barcelona, única en su especialización en España, y autor del ensayo ‘Ansiedad’, de reciente publicación. “Apenas un 25% de las personas que toman fármacos contra la ansiedad están tratadas adecuadamente”, asegura el especialista en declaraciones a El Periódico de Catalunya.
“Siempre hay una cierta predisposición física, herencia familiar, una forma de pensar que precipita de forma negativa lo que se cree sucederá, y un entorno social, laboral o familiar que ayudan”, añade. La precipitación de pensamientos negativos que dan miedo por adelantado, es decir, cuando aún no está sucediendo nada, es uno de los componentes que no fallan en quien sufre ansiedad. “Es un sentimiento muy doloroso”, dice Bulbena. Lo primero que se debería hacer en estos casos, indica el médico, es ayudar al paciente a que entienda que ese mecanismo mental, tan amenazante como automático, no tiene por qué reflejar la realidad –casi nunca lo hace- y, sobre todo, que aprenda a frenar esa cascada de ideas premonitorias negativas. En paralelo, dice el psiquiatra, se le puede ayudar proponiéndole técnicas de relajación o meditación, o gimnasia, y se puede recurrir a un ansiolítico, si la situación desborda.
Las personas ansiosas, ha observado Bulbena, no pueden parar de hacer cosas. Su sistema nervioso es más sensible que el de la media de la población, y su reacción ante cualquier estímulo externo o mental es mucho más inmediata y exagerada, además de muy negativa. La reactividad de la persona con ansiedad le hace sentir miedo y prevención ante fenómenos de su entorno que otros no notan: los cambios meteorológicos, con frecuencia, dice el especialista. ”Las personas tímidas perciben, antes de ir a un acto público, el malestar de exponerse ante otros, teme la escena y decide no ir. La ansiedad conduce a la evitación social”, dice Bulbena.
El momento histórico en que estamos, hiperconectado e instantáneo, es motivo de ansiedad en numerosos niños, aseguran los psiquiatras infantiles. En unos casos, por predisposición o mimetismo familiar, en otros por un exceso de estímulos visuales tecnológicos a su alcance. Cerca del 15% de los niños catalanes menores de 16 años sufre ansiedad, indican las escasas estadísticas sobre esta dolencia, un trastorno que, en algunos casos, coincide con hiperactividad y dificultad para concentrarse en algo que requiera una cierta calma mental. Investigaciones desarrolladas en el Hospital del Mar han observado que las personas con ansiedad intensa coinciden en tener una enorme flexibilidad en articulaciones y cartílagos, una “hiperlaxitud articular” que, aseguran, está en corcondancia con la hipersensibilidad nerviosa ante el más mínimo estímulo externo, ya sea visual, ambiental o emocional.