Una investigación del Instituto de Ciencias del Cerebro RIKEN de Japón y de la Universidad de Nueva York, que publica Nature Neuroscience, revela dónde y cómo las asociaciones ambiguas que generan miedos, fobias y ansiedad, se procesan en el cerebro de los roedores. El trabajo está avalado por Joseph LeDoux, un neurocientífico de la Universidad de Nueva. LeDoux es director del Centro para la Neurociencia del Miedo y Ansiedad, institución que trata de entender el miedo patológico y la ansiedad en los seres humanos. La investigación de LeDoux se centra principalmente en las bases biológicas de la memoria y la emoción, especialmente en los mecanismos de miedo.
Aunque se sabe cómo las experiencias se vinculan en el cerebro con resultados desagradables cuando las asociaciones son claras no está tan claro qué ocurre ante relaciones ambiguas, como por ejemplo recibir una mala contestación de una persona independientemente de que esté de buen o mal humor. Esto, traducido al lenguaje de los ratones, y en el contexto de laboratorio, equivale a darles un pequeño calambre tanto si ha sido previamente anunciado con un sonido de advertencia, como si no hay tal aviso. Así han querido averiguar los investigadores qué partes del cerebro lidian con las incertidumbres, a las que todos nos vemos sometidos en la vida diaria.
Las ratas protagonistas de este estudio habían aprendido previamente que un sonido con un tono concreto iba seguido de un choque eléctrico. Y al oír la señal de peligro, se quedaban paralizadas (congeladas), una respuesta de miedo de los roedores. Pero después los investigadores les aplicaron descargas sin que sonara antes el tono de advertencia. Cuando las ratas se dieron cuenta de que los calambres también podrían llegar sin previo aviso, dejaron de mostrar su miedo de forma anticipada con la conducta de congelación porque la relación de causalidad entre el sonido y el calambre no estaba clara. Podía ocurrir también sin que nada predijera la descarga eléctrica.
En el cerebro de los roedores, esta incertidumbre se reflejó en una reducción de la fuerza de las conexiones neuronales entre el sistema auditivo (donde se procesan tonos) y la amígdala, una región del cerebro crítica para el almacenamiento de recuerdos desagradables. Lo que significa que las fuertes conexiones que se formaron inicialmente, cuando el sonido sí avisaba con certeza de la descarga eléctrica que se avecinaba, se deshicieron cuando más tarde la relación entre el sonido y el calambre se volvió ambigua. Mediante optogenética – una técnica para activar y desactivar las neuronas mediante luz – los investigadores bloquearon la formación de los recuerdos que asociaban el sonido y el calambre. Incapacitados para recordar los calambres, los animales deberían mostrarse libres de miedo. Sin embargo,para sorpresa de los investigadores, demostraban más miedo que antes.
Esto indica, según aclaran los investigadores, que la amígdala no sólo almacena los recuerdos desagradables, como ya se sabía, sino que también desempeña un papel activo a la hora de decidir si un suceso ambiguo es peligroso o no. Y cuando las neuronas piramidales de la amígdala, encargadas de archivar lo que es peligroso, no funcionan bien todo parece más peligroso, según se deduce de este estudio con roedores. Los resultados, aseguran los investigadores, también pueden tener implicaciones para la comprensión de trastornos que se producen por una mala interpretación de sucesos neutros, como ocurre en la ansiedad, que lleva a percibir el mundo más peligroso de lo que en realidad es.