Cada año se invierten miles de millones de euros en nuevas investigaciones sobre el Alzheimer. La más reciente resulta particularmente esperanzadora, ya que afirma que, por primera vez, se ha conseguido registrar que los efectos del deterioro cognitivo pueden ser reversibles. Se trata de un proyecto conjunto del Instituto Buck para la Investigación sobre el Envejecimiento para la Investigación sobre las Enfermedades Neurogenerativas de la Universidad de California, cuyos resultados han sido publicados en la revista ‘Aging’.
“Imagina que tienes un techo con 36 agujeros, y tu medicamento ha tapado a la perfección uno de ellos”, explica Dale Bredesen, director del Centro Easton de la UCLA y autor de la investigación. “Ese agujero puede haberse arreglado, pero aún te quedan otras 35 goteras, así que el proceso subyacente puede no haber cambiado demasiado”. Bredesen asegura que su experimento es una reacción a la mayoría de tratamientos que se han desarrollado contra el alzhéimer durante los últimos 100 años, y que por lo general se centraban en monoterapias y la utilización de un único medicamento para acabar con el problema. El autor recuerda que, hasta el momento, estos tan solo han conseguido aliviar los síntomas, pero no detener ni revertir el deterioro cognitivo.
Todos ellos fueron sometidos a un tratamiento completo al que los autores han dado el nombre de MEND (“Metabolic Enhancement for Neurodegeneration”, es decir, “mejora metabólica de la neurodegeneración”). Todos mostraron mejoría, salvo el paciente que había sido diagnosticado con alzhéimer avanzado. El resto pudieron volver a su trabajo, si se habían visto obligados a abandonarlo, o mejorar su rendimiento en él; según los testimonios de sus jefes o familia, su condición había mejorado visiblemente. Además, exámenes neuropsicológicos y tomografías cuantitativas mostraron mejoras en el cerebro, por ejemplo, en el volumen del hipocampo.
Cada tratamiento era desarrollado de manera diferente y personalizada. En el caso de una mujer que olvidaba habitualmente su camino de vuelta a casa, implicaba lo siguiente: la eliminación de la dieta de los carbohidratos simples, elgluten y las comidas procesadas y el incremento de las verduras, las frutas y el pescado; la reducción del estrés a través del yoga y la meditación; el consumo de melatonina, metilcobalamina, vitamina D3, aceite de pescado y coenzima Q10; el aumento de las horas de sueño cada noche, de cuatro a siete; la mejora de la higiene bucal; el restablecimiento de la terapia hormonal sustitutiva que había abandonado; ayuno durante 12 horas entre la cena y el desayuno y durante tres horas entre la cena y la hora de irse a la cama; y práctica de ejercicio durante 30 minutos entre cuatro y seis días a la semana.
Además de esta mujer, entre otros de los pacientes que mostraron mejoría se encontraba un emprendedor de 69 años que admitía pérdidas de memoria desde hacía 11 años. Después de 22 meses de tratamiento, había recuperado antiguas cualidades y un test neuropsicológico mostró que su memoria a largo plazo había mejorado desde un 3% hasta un 84%. Otro paciente mostraba problemas a la hora de reconocer los rostros, y después de nueve meses en el programa, era capaz de recuperar habilidades que había perdido, como el vocabulario, la orientación o el manejo de un segundo idioma.
Lo que nueve de los diez pacientes tenían en común era poseer al menos una copia del alelo ApoE4, el principal factor genético de riesgo de alzhéimer que poseen entre el 60 y el 80% de pacientes de la enfermedad. Cinco de ellos tenían dos copias, lo que hacía aumentar la probabilidad entre un 10 y un 12% más. Bradesen recuerda que “el viejo consejo era evitar el test del ApoE, porque no había nada que pudiese hacerse con él”. Sin embargo, mantiene que ahora que se ha demostrado que la condición puede tratarse, conocer el estado genético personal permite realizar una prevención temprana.
El principal problema se encuentra en la complejidad de estos programas de tratamiento, que deben desarrollarse específicamente para cada uno de los casos. Además, son difíciles de seguir. Ninguno de los pacientes, a pesar de la mejoría, fue capaz de aplicar todos los cambios sugeridos por el protocolo, y otros se quejaron por los significativos cambios en alimentación y hábitos de vida, así como por la gran cantidad de pastillas que debían consumir. Bradesen recuerda que, independientemente de los efectos en la memoria, la mayoría de los cambios mejoran la salud general y el peso, al contrario de lo que ocurre con los tratamientos habituales, que suelen perjudicar otros aspectos de la salud. El enfoque de Bradesen contradice la hipótesis de que el alzhéimer está originado por la acumulación de placas del péptido beta-amiloide en el cerebro del paciente, es decir, por la toxicidad de dicho elemento.
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