Consumido en exceso, el alcohol es altamente pernicioso en la infancia y la adolescencia. Interfiere en el desarrollo cerebral de los niños y adolescentes, hasta el punto de que como ya alertara en 2013 la campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), ‘los hace más tontos’. Y ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de Santiago de Compostela (A Coruña) advierte que los menores que se empiezan a beber a edades muy tempranas tienen un riesgo mucho mayor de acabar desarrollando distintas enfermedades psiquiátricas. Concretamente, el estudio, publicado en la revista Psicothema, muestra que iniciarse en el consumo de alcohol entre los 11 y los 13 años se asocia con una mayor frecuencia de síntomas psicopatológicos –entre otros, la hostilidad y la agresividad– tanto presentes como futuros, así como una mayor probabilidad de padecer trastornos mentales en etapas más avanzadas de la vida. Como explica Luis Miguel García Moreno, co-director de la investigación, «la presencia de estos signos no implica necesariamente la existencia de un trastorno clínico, pero puede interpretarse como una mayor susceptibilidad a sufrirlo».
Para llevar a cabo el estudio, los investigadores contaron con la participación de 3.696 estudiantes universitarios que, con una edad de 18 años, respondieron a un cuestionario en el que se les preguntó por la frecuencia de consumo de alcohol, la edad en la que comenzaron a beber y diversos aspectos que permitieran a los autores identificar la presencia de nueve síntomas psicopatológicos específicos: ansiedad, depresión, obsesión-compulsión, fobia, hostilidad, idealización paranoide, sensibilidad interpersonal, psicoticismo y somatización. Los resultados mostraron que, comparado frente a un debut al alcanzar la mayoría de edad, el inicio en el consumo de alcohol a una edad tan temprana como los 11-13 años incrementa notablemente el riesgo de experimentar alguno de los nueve síntomas psicopatológicos evaluados. Concretamente, el síntoma más común fue la somatización, esto es, la sensación de malestar corporal en forma de, muy especialmente, dolor muscular y trastornos respiratorios y gastrointestinales. Es más; justo por detrás de la somatización, los síntomas más comunes fueron la hostilidad y la agresividad, lo que se tradujo en una mayor propensión de los afectados a manifestar un comportamiento violento tanto hacia a sí mismos como hacia sus prójimos.
Las mujeres adolescentes tienen una mayor vulnerabilidad al alcohol que sus homónimos masculinos. Como refiere Luis Miguel García Moreno, «las mujeres participantes mostraron signos de ansiedad y depresión, mientras que los varones mostraron un cierto grado de psicoticismo». Solo se puede asegurar que existe una relación, pero no se puede decir qué es lo que pasa primero: si el consumo produce estos síntomas o si algunos de estos síntomas predisponen al consumo de alcohol. Sea como fuere, es posible que, como ya mostró un estudio previo llevado a cabo con la participación de los mismos investigadores, el origen de estos síntomas y trastornos psiquiátricos se encuentre en las alteraciones que provoca el alcohol en los circuitos cerebrales de los adolescentes. «En el estudio previo encontramos un patrón de conectividad cerebral funcional diferente en los adolescentes que consumían alcohol en ‘atracones’. Y en el nuevo trabajo, hemos visto que estas diferencias se incrementan tras dos años de seguimiento en aquellos participantes que mantuvieron este patrón de consumo», concluye.